jueves, 8 de septiembre de 2011
CUENTO ESCOGIDO: EL PERRO Y EL GORRIÓN
miércoles, 7 de septiembre de 2011
Pone elementos de su obra que vienen de lo más profundo de sí mismo. Los toma de una vena peculiar de su infancia, siempre abierta y viva” Es de esa vena abierta donde produce un libro como Algo ahí afuera en el que relata el pánico que sentía de niño a desaparecer, a ser raptado y no volver a ver a sus padres nunca más. Se refiere a la época en que era cuidado por su hermana Natalie y, en su recuerdo afloran hechos de manera inconsciente -el emparrado que no recuerda pero que Natalie le confirma que existía- y, sobre todo, ese mundo sentimental y absolutamente profundo de los temores y los deseos.
Era la época en que desapareció secuestrado el bebé de los Lindbergh, y él relata de esta manera cómo fue vivido ese suceso trágico en las casas norteamericanas: “Cuando tenía más o menos cuatro años, ocurrió el terrible secuestro del bebé Lindbergh. Fue un evento muy traumatizante para los niños a comienzos de los años treinta. Todos pensamos que nos podían secuestrar a nosotros. Recuerdo que mi padre llegó a dormir en el suelo de nuestro cuarto con un bate. Luego, él estuvo muy desconcertado cuando un pariente cruel le dijo: “qué tonto eres ¿quién querría secuestrarlos a ellos?”. Nunca se le había ocurrido a él que nosotros no éramos suficientemente importantes como para ser secuestrados. Nunca se nos había ocurrido a nosotros tampoco; el hecho de ser secuestrado fue siempre una pesadilla recurrente en mi vida.”Esa pregunta que todos los niños se hacen alguna vez, estuvo muy presente en la vida y también en la obra del autor: ¿se irán papá y mamá y nunca volverán? ¿Moriré yo? “A nosotros no nos gusta que los niños se preocupen por las cosas, pero, por supuesto, ellos lo hacen, no tienen elección”.
Una de sus obras más emblemáticas fue Donde viven los monstruos, donde relata el viaje interior de un niño para dominar sus temores. Cuando fue publicado en 1962, muchos adultos se echaron las manos a la cabeza y criticaron que en un libro para niños aparecieran monstruos de manera tan explícita. De lo que en realidad se asustaron es que en un cuento para niños aparecieran claramente retratados sentimientos como la furia y el odio, presentes en todos los niños y escondidos hasta la fecha en los libros infantiles que preferían retratar una infancia más idílica y ejemplar. “Muchos padres y madres no saben todavía o no quieren entender, que con la ayuda del libro y de los monstruos los niños empiezan a descargar esa rabia que tienen en contra de sus madres. Descargando la rabia en los monstruos empezarán a hacer frente a situaciones familiares, e irán encontrando caminos para lograr un mejor equilibrio interior. Si los niños no pueden mejorar muchas de las situaciones emocionales de su realidad diaria, sí lo pueden hacer en su imaginación”.
Potter escribió 23 libros. Fueron publicados en pequeño formato, fácil de manejar y leer por los niños. Dejó de escribir alrededor de 1920 debido a su mala visión, aunque su última obra, The Tale of Little Pig Robinson, se publicó en 1930.
En sus últimos años se dedicó a una granja de ovejas que compró en Lake District, (Inglaterra); le gustaba el paisaje y con las seguras regalías provenientes de sus libros, junto con la herencia de sus padres, compró grandes extensiones de tierra, que después acabó heredando el National Trust.
Con 47 años, Beatrix Potter se casó con su abogado, William Heelis, con quien no tuvo hijos.
- Noemí Villamuza -
Nacida en Palencia en 1971.
Estudió Bellas Artes en Salamanca en la especialidad de Diseño Gráfico. Al finalizar sus estudios colaboró como ilustradora con diversas editoriales. Su primera publicación como ilustradora fue en 1995.
Su obra ha tomado influencias del cartelismo, del cómic y de la ilustración.
Desde el curso 2000-01 imparte clases de ilustración en la Escuela de diseño BAU de Barcelona.
“Lo primero que veo en una ilustración es la “expresión”, el gesto. En ella se contiene todo, la intención, la forma de contar algo, y los recursos con los que llego a conseguirlo es la técnica, el color, la composición, las formas…”
HISTORIA DE LA ILUSTRACIÓN INFANTIL
La ilustración infantil esta destinada para que la niñez disfrute de ella, es por ello que la ilustración de sus diseños debe de ser cada vez mejor.
Walter Crane (1845-1915), pintor, diseñador e ilustrador inglés, célebre por sus ilustraciones de libros infantiles con un estilo premeditadamente arcaico. Nacido en Liverpool, estudió miniatura y grabado en plancha de madera durante su juventud. Sus pinturas e ilustraciones de libros estuvieron influenciadas por los prerrafaelistas y los grabados japoneses. Fue, junto con el diseñador William Morris, uno de los máximos exponentes del movimiento Arts & Crafts, cuyo objetivo era reformar las artes decorativas. Entre los libros que ilustró para Morris y otros editores se cuentan El príncipe rana (1874), Cuentos infantiles de los hermanos Grimm (1882) y su obra maestra, La reina de las hadas (1894-1896) de Edmund Spenser. Crane también fue profesor de arte, dirigió tres escuelas y escribió algunos trabajos sobre estética.
Ilustración para Alicia en el país de las maravillas Sir John Tenniel es célebre por sus ilustraciones de las obras de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas (1865) y Alicia através del espejo (1872). Lewis Carroll sentíagran admiración por los dibujos de Tenniel.
El primer libro de texto ilustrado destinado a los niños fue The Visible World in Pictures (El mundo visible en imágenes) publicado por Juan Amos Comenio en 1658. La proporción mayor de libros ilustrados durante el siglo XIX correspondió a los destinados al público infantil, cuya producción aumentó considerablemente. Entre los ilustradores más importantes cabe mencionar a William Mulready (El baile de la mariposa, 1807), George Cruikshank (Cuentos de Grimm, 1823), Edward Lear (A Book of Nonsense, 1846), F.O.C. Darley (Rip Van Winkle, 1850), Gustave Doré (Los cuentos de Perrault, 1862), John Tenniel (Alicia en el país de las maravillas, 1865), Richard Doyle (En el país de las hadas, 1870), Arthur Hughes (Sing-Song, 1872), Winslow Homer (Courtin, 1874), Randolph Caldecott (La casa que construyó Jack, 1878), Kate Greenaway (Tarta de manzana, 1886), Walter Crane (Esopo para niños, 1887) y Beatrix Potter (El cuento de Peter Rabbit, 1900).
Todos estos artistas ejercieron una fuerte influencia en el posterior desarrollo de la ilustración de libros infantiles. Son también dignos de mención el artista francés Louis Maurice Boutet de Monvel (Jeanne d’Arc, 1896) y el acuarelista inglés Arthur Rackham (Fábulas de Esopo, 1912).
En esta modalidad han surgido clásicos modernos en diferentes países, entre los que destacan: Maurice Sendak en Estados Unidos, (Donde viven los monstruos); Jean de Brunhoff en Francia (los libros de Babar, que se iniciaron en 1931); Reiner Zimnik (Jonás el pescador, 1956) y Marlene Reidel (El viaje de Eric, 1960) en Alemania; y Yashima Taro en Japón (El niño cuervo, 1955). La mayor parte de los libros ilustrados que se editan en la actualidad están dedicado a los niños.
Por otra parte en España surge la ilustración de libros infantiles.
El primer tercio (1900-1936), tiempo de vanguardias artísticas, fue uno de los periodos más estimulantes y vitalistas de la historia de la cultura española. Se alcanzaba la modernidad y, con ella, las artes gráficas, la industria editorial y la prensa periódica experimentaron un gran desarrollo que, a su vez, propició la difusión de la obra de un grupo excepcional de artistas plásticos de la época, entre los que se encuentran los precursores de la ilustración española de libros para niños.
Fue el momento, también, del nacimiento sociológico de la infancia.
Los niños comenzaron a existir como tales, a tener su propio espacio en la sociedad, y la básica atención escolar se fue ampliando con propuestas de tipo cultural. Y así los niños empezaron a tener «sus» libros, «sus» tebeos, «su» teatro... Nació, pues, la literatura infantil española, que por definición tenía que ser ilustrada (según la autorizada opinión de la Alicia de Carroll: ¿de qué sirve un libro si no tiene dibujos?, y lo hizo de la mano de grandes artistas. Los irrepetibles modernistas y los noucentistes catalanes que, como fue habitual en la época, alternaron de forma natural y sin prejuicios, pintura, grabado, cartelismo, publicidad y humor gráfico, con la ilustración de libros infantiles.
Barcelona, como gran centro de producción editorial, y Madrid, con laeditorial Calleja, auténtica «factoría infantil», pusieron en circulación modélicos libros para niños, ilustrados por Apel·les Mestres, Salvador Bartolozzi, Xavier Nogués, Josep Llaverías, José Sánchez Tena, Rafael de Penagos, Joan Junceda y Lola Anglada, entre muchos otros. Artistas olvidados, apenas nombres de culto para unos pocos, que se reivindican hoy en esta exposición, y que, si los tiempos hubieran sido propicios, habrían dado lugar a una gran escuela de ilustración española y, posiblemente, a un «siglo de oro» de la
ilustración de libros infantiles. Pero no pudo ser.
La guerra civil y los largos años de posguerra y dictadura posteriores (1936-1970), marcaron la vida cultural española con el exilio y el silencio. La escasez y la mediocridad fueron las notas predominantes, con alguna brillante excepción, como los exquisitos trabajos de Mercé Llimona (Barcelona, 1914-1997), destacada cultivadora de la tradición inglesa; las armoniosas imágenes de María Rius (1938); los ternuristas niños felices de Ferrándiz (1919), que dio color a muchas Navidades con sus famosos «christmas», y los trabajos de algunos espléndidos dibujantes de historietas (Blasco, Ambrós, Cifré, Vázquez, Ibáñez), un género que alcanzó gran popularidad en la época; tanta, que no es infrecuente referirse a ella como «aquellos tiempos del tebeo».
A finales de los años 60, en Cataluña comenzó a recuperarse abiertamente el libro infantil ilustrado, heredero de aquellos precursores. Y ya en los 70, de la mano de la madrileña editorial Altea y de dos jóvenes profesionales, creativos, renovadores y progresistas —el ilustrador (y desde hace unos años también escritor) Miguel Ángel Pacheco y el escritor y cineasta José Luis García Sánchez—, se dio el primer paso, el impulso decisivo que permitió alumbrar un nuevo concepto de libros para niños, moderno y a la altura de los tiempos, que hoy ya está plenamente instalado en el panorama internacional.
Principales protagonistas de ese momento fueron, junto a Pacheco, el grupo de ilustradores formado por Asun Balzola, Miguel Calatayud, José Manuel Boix, Viví Escrivá, Carme Solé, José Ramón Sánchez, Ulises Wensell, Montse Ginesta y Karin Schubert, cuyos trabajos tuvieron una excepcional acogida en el país y una inmediata repercusión internacional. Rupturistas, originales y buenos conocedores tanto de los clásicos como de las nuevas corrientes artísticas, ellos supieron incorporar la contemporaneidad al panorama español. Hoy, treinta años después y aún en plena actividad, siguen siendo los ilustradores de referencia de la literatura infantil española.
Este «Grupo de los 70», que lo es más por pura coincidencia temporal (y por el buen olfato de quien fue capaz de aglutinarlos en torno a proyectos innovadores), que por características comunes, rechaza la idea de «escuela española de ilustración». No se reconocen como miembros de esa supuesta escuela, ya que si algo les caracteriza, como independientes y autodidactos que son, es la diversidad de ideas, de estilos, de técnicas, de trayectoria profesional... Marcaron, sin embargo, las pautas del buen hacer y han sabido ganarse el respeto y la admiración de todos, tanto por su magnífica obra, siempre en evolución, como por su irreductible defensa de la libertad creativa. Y marcaron también el camino para los que han llegado después. Ellos, como grupo, tal vez no formaron una escuela, pero sí la han creado. Esta exposición, en la que se ha reunido a un centenar largo de ilustradores españoles del siglo XX, es una buena muestra de la huella espléndida de su magisterio.
La mayoría de los nuevos profesionales que, en las décadas de los 80 y los 90, se fueron incorporando al panorama de la ilustración, siguieron las pautas del Grupo. La estela de «balzolas», «calatayudes», «pachecos», «solés», «ginestas»... es fácil de apreciar en muchos de los trabajos que aquí se muestran, obra de jóvenes ilustradores que, inspirados en sus maestros, supieron recrear estilos personales. Junto a ellos, y en esos años de especial euforia editorial, a la que contribuyó el desarrollo de la edición en las Comunidades Autónomas, fueron apareciendo también personalidades singulares, como Ruano, Luis de Horna, Gabán, Alonso, Gusti, Ballester, Meléndez, Serrano, los gallegos López Domínguez y Enjamio, los vascos Mitxelena y Olariaga, que vinieron a añadir riqueza variedad a un panorama realmente atractivo, en el que hoy ya caben todas las propuestas.
Los novísimos —Amargo, Max, Morales, Rubio, Tàssies, Villamuza, Villán— cierran el siglo con brillantez, con obras de impacto similar a las del Grupo de los 70, y con similar afán de innovación, aunque con la ventaja de saberse inscritos en una tradición (corta aún, pero tradición al fin) que les ampara. Pasado ya el tiempo de «inventar» el libro ilustrado español para niños, estos ilustradores pueden dedicarse a reinventar, en esos libros, el arte de su tiempo. Un arte de hoy, que no olvida el pop, el surrealismo, el cubismo, el expresionismo o el hiperrealismo, pero en el que resulta evidente la influencia del cine, la fotografía, el cómic, el diseño gráfico y la infografía, además del gusto por la experimentación y por el mestizaje de técnicas. La última generación de ilustradores españoles lo está haciendo con estimulante libertad creativa y con excelente oficio. Ellos cierran un siglo que no pudo ser de oro, pero abren otro que promete llegar a serlo.